"El tercer tiempo y el fair play" por José Luis Pérez Triviño
A pesar de que posiblemente el espectáculo futbolístico esté atravesando su mejor momento en lo que respecta a audiencias e interés por parte de los aficionados y de los medios de comunicación, lo cierto es que se enfrenta a varios problemas. Uno de ellos es relativo al comportamiento de los jugadores en el campo y al de los aficionados en las gradas. Episodios de violencia en el propio terreno de juego que, a veces, acaban con jugadores en los hospitales (piénsese en la lesión de Javi Navarro sobre Arango) o de peleas entre aficionados (hace poco leíamos noticias de altercados violentos en terrenos de juego de Argentina y Brasil) no son extraños en los medios de comunicación. Otro de los problemas es el racismo y la xenofobia. Los insultos proferidos por los aficionados y dirigidos a los jugadores de color no son nada excepcionales. Por desgracia, también ha salido a la palestra los saludos fascistas de varios jugadores, muchas veces coreados por los propios aficionados, como sucedió hace poco con el jugador croata que recibió una atronadora respuesta por parte de la grada a su grito fascista. En todas estas manifestaciones el alabado valor moral del deporte, el juego limpio o fair play, queda francamente en entredicho.
Por ello, las autoridades deportivas están empeñadas en reducir el nivel de violencia y de racismo en los campos de fútbol y con ello, incrementar el nivel de juego limpio en los terrenos de juego. Una medida que están pensando implementar es el conocido como “Tercer tiempo”, una tradición existente desde hace ya varios decenios en el mundo de rugby y que consiste en que una vez finalizado el partido, los jugadores de los equipos rivales que acaban de enfrentarse se encuentran para compartir un rato, entre bebidas y comidas varias, incluyendo en ocasiones bromas y cantos colectivos. Es más, algunas de esas "canciones de tercer tiempo" se han convertido en clásicos y hasta han sido grabadas en discos. Son varios los vídeos que se pueden encontrar fácilmente en internet. De alguna manera es un hábito surgido espontáneamente entre los jugadores como una medida de confraternización para una vez finalizado el partido limar las discrepancias y roces propios que se desarrollan en aquél. El sentido de esta práctica tiene que ver con la naturaleza propia del rugby como deporte, pues es centralmente una competición de choque y de agresión continua, que en ocasiones hasta puede producir daños y lesiones graves en los jugadores. Sin embargo, con finalidades preventivas o reparadoras de estos efectos, el propio deporte (incluida el papel activo de los propios jugadores) diseña una serie de medidas que tienden a disminuir las pasiones o motivaciones psicológicas violentas. Así se busca que los jugadores no solo respeten al rival, sino incluso que puedan surgir relaciones de camaradería entre miembros de distintos equipos. Es aquí donde cabe incardinar el “Tercer tiempo”. Como efecto de estas medidas civilizadoras se señala que el rugby es un deporte de bestias jugado por caballeros, mientras que, en cambio, el fútbol es un juego de caballeros jugado por bestias.
Pues bien, son varias las instancias futbolísticas que están intentando que esa brecha entre el juego limpio (fair play) imperante en el rugby y el fútbol “jugado por bestias” se reduzca. El caso más relevante es probablemente la iniciativa tomada en 2007 por la Liga italiana de imponer el saludo obligatorio entre los jugadores al finalizar el partido. En la misma línea, la UEFA Youth League ha propuesto que en los partidos disputados en esa competición los jugadores se reúnan tras el partido para compartir experiencias y tomar algunas bebidas y comidas juntos. De hecho, en el reciente partido de esa competición entre el Barça y el Celtic de Glasgow los jugadores de los respectivos equipos se apuntaron al tercer tiempo.
Ahora bien, hay un problema en la propuesta de hacer obligatorio el el Tercer Tiempo. Dicho obstáculo ha sido señalado por un conocido jugador italiano de rugby, Lo Cicero, quien señaló al respecto de la vigencia de dicha práctica: “Debe ser una cosa normal. Me complace, sin embargo, que los atletas empiecen a tomar algunos hábitos buenos. Es ciertamente útil, hermoso y sobre todo me gustó porque espontáneamente viene del corazón. Por eso espero que no venga una institución futbolística y lo convierta en obligatorio. Me parece que sería forzado hacerlo, debe provenir de los jugadores, debe ser su iniciativa”. Es decir, lo que señala este jugador es que lo que convierte en valioso el Tercer tiempo es que los jugadores lo celebran voluntaria y espontáneamente. O como indica en la misma declaración: “porque viene del corazón”. Es una iniciativa de los propios implicados, y es esto lo que le dota de valor moral y permite calificarlo como una práctica que estaría comprendida en el “fair play”. En cambio, hacer obligatoria la reunión tras el partido haría perder el sentido moral que caracteriza al Tercer Tiempo. Es más, fomentaría de alguna manera un comportamiento hipócrita, ya que es perfectamente imaginable pensar que tras el final de algunos partidos los jugadores detestaran la idea de tener que compartir un rato con los rivales. Obligarlos a quedarse con los rivales con los que acaban de tener roces y agresiones sería además imponerles una conducta contraria a su voluntad. Dejo de lado conscientemente la mención a ciertos problemas logísticos que el Tercer tiempo podría suponer para el equipo visitante o si la consumición de alcohol (como es frecuente en el rugby) no es contrario a los intereses deportivos de los propios jugadores.
Sin embargo, me parece que existirían razones utilitaristas para justificar su implantación. El hecho de que los jugadores sepan que tras el partido se van a ver las caras con aquellos con los que han tenido un roce (una discrepancia, un intercambio verbal agresivo o una dura entrada) es una circunstancia que puede contribuir a concienciarles antes de salir al terreno de juego de que sus acciones no van a quedarse en el campo, sino que posteriormente van a tener que mirar a los ojos al jugador al que se han enfrentado duramente. Esta sería una novedad radical respecto a la situación actual, en la que un jugador puede insultar, pegar, dañar a un rival sabiendo que no va a verlo hasta dentro de seis meses (o incluso, nunca más, como sucede en determinadas competiciones o partidos). De alguna manera, esta brecha temporal convierte al agresor en inmune frente al reproche moral del jugador víctima. Y el hecho de que no haya esa eventual sanción moral tiende a dejar el terreno expedito para las motivaciones más agresivas. En cambio, el que un futbolista (tendencialmente agresivo) tenga el conocimiento y la conciencia de que a los pocos minutos va a tener que ver a la víctima de sus acciones (a veces, incluso con las lesiones producidas a la vista) puede provocar preventivamente un apaciguamiento de sus instintos más agresivos. Y si descienden los malos modos y la agresividad en cualquiera de sus manifestaciones, esto podría considerarse como una victoria del juego limpio.