"El fútbol es cosa de hombres". Por José Luis Pérez Triviño
Poco a poco el panorama social y jurídico se va normalizando respecto a un tema que ha sido tabú hasta hace muy poco tiempo en la sociedad: la homosexualidad. En los últimos decenios se ha producido un sensible avance en la comprensión de este fenómeno así como en la igualación de derechos respecto de los heterosexuales. Aunque todavía falte camino por recorrer en esta senda hacia el respeto hacia los homosexuales no cabe duda de que el progreso, al menos en bastantes países occidentales, ha sido sustancial.
Sin embargo hay un ámbito donde la homosexualidad ha sido y es todavía un tabú que pocos se atreven a enfrentar: la esfera deportiva. Por eso la reciente noticia de que un jugador de fútbol alemán de cierto renombre y de apellido impronunciable, Thomas Hitzlsperger, haya reconocido su homosexualidad no puede dejar de considerarse como un importante hito en pos de la normalización de los homosexuales en un deporte tan machista y discriminatorio como es el fútbol. En efecto, este jugador es posiblemente el futbolista de mayor prestigio que haya reconocido tener esa condición sexual. Jugador de varios equipos relevantes de la Premier League como el Aston Villa, West Ham y Everton, Hitzlsperger concedió una entrevista al diario alemán Die Zeit, en la que expresó su deseo de apoyar el debate sobre la homosexualidad entre los deportistas profesionales. También señala que “el reconocimiento de su propia homosexualidad fue un proceso largo y difícil. Sólo en los últimos años tuve claridad acerca de que preferiría vivir con un hombre”. Tampoco fue cómodo soportar en los vestuarios los chistes de sus compañeros sobre los homosexuales. Paradójicamente en dicha entrevista el mismo jugador, de 31 años y ya retirado, reconoce haber usado las típicas expresiones humillantes referidas a los homosexuales. En todo caso, su atrevimiento ha despertado cierto debate, pero por lo general, la reacción mayoritaria ha sido positiva destacándose el comunicado de la canciller alemana, Angela Merkel en el que lo felicitaba por su valentía.
No deja de ser sorprendente de hayan sido tan pocos jugadores de fútbol los que hayan reconocido su homosexualidad. Si se acepta la premisa de que aproximadamente entre un 10 y 15% de la población es homosexual, resulta anómalo que de los miles de futbolistas de primer nivel europeos, solo uno haya reconocido formar parte de esa minoría.
Esta circunstancias extraña viene a poner de manifiesto un problema de fondo del deporte y del fútbol en particular y es su marcado aspecto homófobo, lo cual no deja de ser hasta cierto punto, paradójico. El deporte es visto normalmente como un ámbito moralizante pues desde sus orígenes ha sido considerado como una actividad desde la que desplegar valores morales: solidaridad, compañerismo, sacrificio, fair play, respeto hacia los compañeros y rivales, etc. Sin embargo lo cierto, es que la práctica deportiva cotidiana ha distado mucho de cumplir con esos ideales. Por un lado, el deporte también es expresión de competitividad, violencia, racismo, y de lo que nos ocupa aquí: homofobia. Pero quizá lo más sangrante para el estamento deportivo es que vaya tan atrasado en la lucha contra esas lacras, en especial, contra la estigmatización de la homosexualidad. Quizá sea posible encontrar las causas dos razones distintas. En ocasiones, las propias autoridades deportivas no han sabido ir a la par del avance moral que se producía en otras esferas sociales. Por ejemplo, se ha criticado amargamente su ambigüedad en el reconocimiento del derecho a la práctica deportiva igualitaria de los transexuales y hermafroditas (recuérdese el caso de Caster Semenya), los obstáculos puestos a Pistorius, o más atrás en el tiempo, el tardío reconocimiento de los mismos derechos a participar en el deporte de las mujeres y discapacitados.
Por otro lado, la propia visión de los deportistas acerca de quiénes debían ser los exclusivos usuarios de la práctica deportiva también ha contribuido decisivamente a generar una visión machista. No en vano, la mayor parte de las disciplinas deportivas están diseñadas para ensalzar habilidades masculinas (fuerza, potencia, velocidad) en detrimento de otras más propias de las mujeres. Ello ha supuesto que históricamente los varones hayan conseguido mejores resultados que las mujeres y, en definitiva, tal factor ha conducido a minusvalorar a aquéllas y a cualquier otro colectivo que se alejara de las supuestas “habilidades masculinas”. Por ello, también se ha negado a los homosexuales un sitio en el deporte, siendo por ello, objetos de chanzas, bromas, chistes, insultos y, en ocasiones, agresiones físicas. Para casi todos los que hemos practicado alguna vez un deporte grupal masculino no resultara difícil recordar episodios en los que el grupo de “machos” avergonzaba a aquellos jugadores no suficientemente “hombres”.
Por supuesto, esta visión es irracional, retrógrada y expresa una profunda discriminación hacia las mujeres y los homosexuales. Con el paso del tiempo, incluso los más recalcitrantes homófobos han podido constatar como las mujeres (y homosexuales) pueden lograr resultados positivos e incluso mejores que los masculinos en muchas disciplinas deportivas. Pero lo que también supone esa visión según la cual el deporte es “cosa de hombre” es un gran desconocimiento histórico, pues implica desconocer que en el origen mismo del deporte algunos de los hombres que participaron en los Juegos Olímpicos griegos eran homosexuales y que hubo mujeres que superaban en despliegue físico a los hombres, las Amazonas.
José Luis Pérez Triviño
Director de “Fair Play. Revista de Filosofía, Ética y Derecho del deporte”
Presidente de la “Asociación Española de Filosofía del Deporte”.