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"El gol de Llull o la paradoja del baloncesto" por José Luis Pérez Triviño

El gol de Llull en la final de la Copa del Rey entre el Real Madrid y el Barça fue un brillante final a un memorable partido de baloncesto. Y digo gol no por equivocación, sino porque a fuer de ser sincero a los futboleros que ocasionalmente vemos un partido de baloncesto la exclamación que nos sale naturalmente del alma cuando se realiza un tanto decisivo no es canasta sino gol. Y señalo esto no con ánimo colonizador del fútbol sobre el baloncesto. Más bien al contrario. La lección que un futbolero pudo sacar del enfrentamiento entre los acérrimos rivales fue la superioridad del baloncesto sobre el fútbol como deporte. Hay varias razones que se pueden dar para sostener tal conclusión. En primer lugar, es mucho más democrático e igualitarista. En un partido de fútbol cuando uno de los equipos es manifiestamente superior al otro, domina normalmente la posesión del balón y el partido se convierte en un monólogo en el que equipo más débil desempeña un papel de comparsa sin disfrutar de lo que es la esencia de la diversión en el fútbol: el contacto con el balón. En cambio, en el baloncesto esto no ocurre. Por mucha asimetría que haya entre los rivales, por muchas canastas que reciba el quinteto más débil, siempre tendrá la oportunidad de jugar la pelota casi tantas veces como el equipo superior.

En segundo lugar, como señala inteligentemente Juanma Lillo, el fútbol es uno de los pocos deportes que se juega con la parte del cuerpo más alejada del cerebro, los pies, mientras que el baloncesto se juega con las manos, con lo que su grado de precisión es muchísimo mayor.

En tercer lugar, es mucho más cómodo y confortable para un aficionado ver un partido de baloncesto que uno de fútbol. La suerte quiso ayer que tras el partido de baloncesto mencionado pudiéramos ver por televisión de pago el enfrentamiento futbolístico entre Sevilla y Barça y así comprobásemos la diferencia entre asistir a un partido de fútbol y a otro de baloncesto. La ciclogénesis que se cebó en la capital andaluza hizo que los sufridos espectadores pasaran frío, se mojaran abundantemente y que el viento huracanado les hiciera todavía más insoportable la derrota de se equipo. En cambio, en un pabellón cerrado se evitan tales incomodidades, de forma que se evita pasar frío o calor así como sufrir los estragos del viento.

En tercer lugar y quizá más importante el ritmo de juego del baloncesto es por lo general inmensamente más vertiginoso que el del fútbol. Frente a la velocidad de las transiciones en la cancha de baloncesto, el ritmo de juego futbolístico se percibe como algo cansino y sin intensidad.

Sin embargo, creo que hay un razón que explica el porqué dadas estas virtudes del baloncesto no sea un deporte tan popular como el fútbol. En cierto sentido su propia virtud se vuelve en su contra, en especial en aquellos partidos donde la emoción llega hasta los minutos finales, como precisamente ocurrió en la final de la Copa del Rey. Y es que no es bueno para salud sufrir tantas idas y vueltas emocionales. Me parece que como ha ocurrido en la evolución la especie humana, los individuos nos apartamos (consciente o inconscientemente) de aquellas circunstancias peligrosas, ya sean naturales o sociales, que puedan ser un riesgo para nuestra supervivencia individual y colectiva. El final del partido de ayer creo que corrobora esta hipótesis respecto de las causas de la menor popularidad del baloncesto: seguro que muchos espectadores empeoraron notablemente su salud cardíaca.

Asociación Española de Filosofía del Deporte

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