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"¿Por qué están mal las primas a terceros por ganar en el fútbol?" por José Luis Pérez Triviño

Publicado en Iusport, Mayo de 2014



Como casi cada año por al llegar los últimos partidos de la Liga, el mundo del fútbol aparece rodeado de la sospecha de que se producen amaños de partidos, ya sea para favorecer a algunos equipos en su lucha por conseguir títulos o puestos para competiciones europeas, o bien y de manera más notoria, para evitar caer en el descenso de categoría. En el caso de la liga española no existen pruebas o datos que muestren que sea una práctica generalizada. Pero entre los mentideros futbolísticos, la impresión es otra. Y teniendo en cuenta que los clubes no son solo entidades deportivas, sino empresas que mueven grandes cantidades de dinero no es de extrañar que en ocasiones los dirigentes se sientan tentados en conseguir un determinada clasificación, por vías ajenas a las estrictamente deportivas.


También es verdad que el tradicional amaño, aun sin perder su importancia y gravedad para el correcto desenvolvimiento de la competición parece haber perdido el dudoso título de principal amenaza para el fútbol en aras de las apuestas online, donde los jugadores son tentados por grandes inversores para dejarse ganar, garantizar un cierto resultado al final de partido o a la media parte, o simplemente para fijar un número total de goles que se marcarán en el partido, etc.

Otro asunto vinculado a la posible distorsión ilegítima de los resultados es lo que se conoce como primas a terceros por ganar. A diferencia de los dos casos anteriores, aquí se produce una controversia, de forma que hay quien sostiene que hay razones para sancionar a los equipos que las ofrezcan y las reciban a tenor del artículo 82 del Código Disciplinario de la Real Federación Española de Fútbol y el artículo 286 bis del Código Penal. Pero por otro lado, están quienes piensan que lo más realista sería legalizarlas. Dicha oposición de posturas se ha reflejado recientemente en las declaraciones por un lado del presidente de la Liga de Fútbol Profesional, Javier Tebas, y del presidente de la Asociación de Futbolistas Españoles, Luis Rubiales. En efecto, para este último las primas por ganar no son asimilables a los amaños, siendo razonable legalizarlas y hacerlas transparentes. Subyacen a esta posición dos argumentos. Según el primero las primas por ganar no son necesariamente contrarias al espíritu del deporte, pues la competición consiste precisamente en entrenarse, motivarse y hasta retribuir al deportista para conseguir la victoria. El deporte en general, y el fútbol en particular está conceptualmente vinculado con el despliegue de habilidades para obtener la victoria. Las primas por ganar serían por tanto un incentivo adicional por conseguir un resultado plenamente acorde con la práctica social que es el deporte. De ahí la diferencia de tratamiento respecto de las primas por perder. Aquí sí existe una contradicción con el objeto de la práctica deportiva: no se compite para perder pues eso sería como negar que el deporte está conectado con el deseo de llevar la excelencia física y técnica a su máxima expresión. Según un segundo argumento, la actual previsión normativa sería incoherente: sanciona a los clubes que priman, pero permite que otras terceras personas lo puedan hacer. Pensemos por ejemplo, una gran empresa que para evitar que el club representativo de su ciudad descienda, prima a un tercer equipo para que salga más incentivado.


En cambio, para quienes sostienen la ilicitud de las primas por ganar así como su carácter contrario al espíritu de la competición deportiva señalan varias razones donde apoyar su posición. Siguiendo aquí los argumentos de Javier Rodríguez Ten podrían destacarse cuatro argumentos. En primer lugar, cuando se incentiva a un tercer equipo que no se juega nada relevante para obtener la victoria frente a otro, se coloca en una posición de desventaja a otros equipos a quienes el resultado les afecta porque obviamente, no habrían tenido la ocasión de hacer lo propio, incentivar a los equipos cuyo resultado favorable les beneficiaría.


En segundo lugar, se indica que el rendimiento de los jugadores que disputan un partido en el que no se juegan nada relevante debería ser exclusivamente el resultado de su estado de forma y motivación autónoma.


En tercer lugar, porque si se toleraran las primas por ganar se generaría una práctica de incentivación que afectaría negativamente el espíritu deportivo.


Y en cuarto lugar, la tolerancia provocaría casi con seguridad que los equipos que no recibieran primas se sintieran menospreciados y realizarían actuaciones desidiosas e indolentes en sus partidos, con el objetivo de fomentar la incentivación económica en jornadas o temporadas sucesivas.


Un examen detallado de estos argumentos conduce a una evaluación diferenciada. El primer argumento parece caer en la falacia petitio principii, puesto que solo funciona si las primas están prohibidas: quien subrepticiamente incentiva coloca en desventaja al equipo que no lo hace. Pero eso no ocurriría si precisamente estuvieran permitidas, ya que entonces todos tendrían las mismas posibilidades de incentivar por ganar.


El segundo argumento padece de un problema distinto pues la apelación a la propia motivación además de una referencia vaga, en el mundo profesional del fútbol conduce a incluir otras motivaciones económicas (el sueldo que les aporta su propio club, el de los patrocinadores, las que resultan de los derechos de imagen, etc.). ¿Deberían estas estar también prohibidas? Si la respuesta fuera afirmativa, el problema tendría fácil solución modificando el redactado de las dos disposiciones citadas anteriormente, la del Código Disciplinario de la RFEF y la del Código Penal. Pero entonces caeríamos en una pendiente resbaladiza difícil de precisar: ¿por qué no incluir la motivación económica resultante de cobrar el sueldo que paga el club al jugador? ¿No es esta también contraria al espíritu deportivo? De esta manera eliminaríamos el deporte profesional para volver al amateur. Pero no me parece que este sea el camino adecuado. En definitiva, creo que sería más razonable exigir que los jugadores actuaran motivados principalmente por un deseo de obtener la victoria, sin que ello suponga negar que puedan intervenir otras motivaciones, pero que estas sean secundarias respecto de la principal.


Respecto del tercer argumento, su base es bastante frágil al apoyarse en una idea a priori muy vaga: la apelación al “espíritu deportivo”. Pero ¿en qué consiste este? Si no se precisa tal concepto su apelación frente a las primas por ganar pierde solidez, sobre todo teniendo en cuenta que el ansia de victoria también parece formar parte de la esencia del deporte. Adelantándome a lo que expondré más adelante, la apelación al espíritu deportivo como antídoto frente a las primas por ganar puede aquí tener dos sentidos: a) las primas distorsionan los resultados; b) las primas pueden afectar a la igualdad. En mi opinión, en este punto tiene más peso el segundo aspecto, por cuanto los clubes con mayor presupuesto podrán disponer de más recursos económicos para incentivar. El primero es más discutible. Para que tuviera el peso necesario debería establecerse una conexión entre la recepción de las primas y la efectiva distorsión de la competición a través de una modificación de los resultados. Pero esto es muy difícil de constatar. En mi opinión, otorgar y recibir primas no es condición necesaria ni suficiente para que un equipo juegue mejor o mucho menos para garantizar una modificación en el resultado esperable. Son numerosos los ejemplos en los que un equipo hipermotivado para ganar un partido o un título, ha jugado peor de lo que era habitual que cuando no tenía tanta motivación. O en todo caso, no es suficiente para desplegar un mejor juego y mucho menos para ganar. Como ejemplo hará algunas temporadas cuando Mourinho entrenaba al Real Madrid y llegó a semifinales de la Champions League contra el FC Barcelona, para expresar el punto fuerte del Real Madrid frente a la mejor técnica del club catalán citó una frase de Einstein: “no hay fuerza más poderosa en el Universo superior a la voluntad”. Sin embargo, a pesar del arduo voluntarismo de ganar por parte de los jugadores del Real Madrid, el resultado del partido fue de 0-2 a favor del FC Barcelona.


El último argumento de Rodríguez Ten me parece más atendible. Aboga por una eventual consecuencia que podría darse si se legalizaran las primas y es que los equipos que disputaran un partido en el que no se juegan nada incluyeran automáticamente entre las razones para ganar un beneficio económico esperable por parte de los clubes que sí tuvieran intereses en que ganaran. Y si no recibieran ese incentivo, su rendimiento sería muy bajo como forma de “influir” para que en futuras temporadas sí fueran incentivados y así obtener una recompensa económica.


Pero volvamos al argumento basado en el “espíritu deportivo”: ¿podría avanzarse o ser más preciso en la caracterización de lo que normalmente entendemos por espíritu deportivo como razón para rechazar las primas por ganar? Una manera de entender porqué el espíritu deportivo podría cumplir esa función puede ofrecerse a partir del análisis que Michael Sandel expone en su libro Lo que el dinero no puede comprar. Sintetizando mucho la compleja argumentación del filósofo norteamericano, lo que nos viene a decir es que existen determinadas prácticas o instituciones sociales con una dinámica o valores propios que se verían distorsionadas si en su funcionamiento se diera entrada a los valores puramente económicos, o dicho de otra manera, a la lógica del mercado. De hecho, Sandel no niega que existan prácticas sociales donde la lógica del mercado pueda tener sentido. Lo que rechaza es que aquella pueda colonizar otros ámbitos que tienen una estructuras valorativas claramente distintas o directamente opuestas. Para mostrar esta tesis expone varios casos donde se está produciendo tal efecto, la mayoría de ellos extraídos de los Estados Unidos. Así por ejemplo, en California condenados por delitos no violentos pueden pagar por obtener una mejor acomodación en la cárcel (una celda más limpia, silenciosa o alejada de otros presos más violentos). Otro caso es la posibilidad, previo pago de una cantidad económica, que se otorga a los conductores de transitar por un carril más rápido en las autopistas durante las horas puntas. En el ámbito sanitario, se ha extendido la práctica de los “médicos conserjes”, esto es, que pagando entre 1500 y 25000 dólares al año el asegurado puede disponer del número de teléfono privado del doctor y solicitar cita particularizada. Curioso es también el caso de ciertas lobbies que pagan a individuos sin hogar (homeless) por hacer cola en el Congreso y así después obtener un lugar en las audiencias del Congreso. Los argumentos que se suelen ofrecer para justificar tales prácticas apelan a la autonomía de los individuos que desean pagar un sobrecoste para un obtener un bien deseado y por otro lado, a que desde el punto de vista del mercado es eficiente. Ambos argumentos, sin embargo son discutibles. La autonomía, por ejemplo, solo podrán ejercerla o ejercerla en mayor grado los clubes con más recursos económicos. Por otro lado, el deporte no trata de recompensar la eficiencia económica sino los méritos deportivos. Y como señala Sandel los precios pueden ser buenos indicadores del valor en un mercado de bienes determinado. Pero no lo es en todos los mercados, y entre ellos, se encuentra el deporte. No es necesariamente cierto que el club que está dispuesto a invertir más pagando a un tercero por ganar, sea quien más desee o quien más merezca el resultado buscado.


Así pues, ninguno de las dos justificaciones tiene peso suficiente cuando se aplica a prácticas sociales con una estructura valorativa opuesta. Por ejemplo, para Sandel poner “precio” sobre las cosas buenas de la vida puede llevar a corromperlas dado que la lógica del mercado no solo distribuye bienes económicos, también expresa y promueve ciertas actitudes indeseables hacia los bienes a los que se dirige. Por ejemplo, señala Sandel, pagar a los niños por leer libros puede provocar que lean más, pero también les enseña a mirar la lectura como una carga más que como una fuente de satisfacción intrínseca. Importa tanto el resultado como la forma de lograrlo. De forma similar ocurre con el deporte que surgió como una práctica completamente alejada de la lógica del mercado, aunque haya que reconocer que en la actualidad ya está bastante contaminada por aquella. Soy consciente de que el fútbol profesional ya está inmerso en la lógica del mercado, de forma que se ha convertido en una inmensa industria que genera un enorme movimiento económico, pero todavía conserva un rasgo intrínseco que hace posible que se produzcan resultados contrarios a la lógica económica como que un equipo de poco presupuesto pueda ganar al club de mayor presupuesto.



La cuestión es si debemos tolerar que se siga por ese camino que convierte ganar o perder un partido en una cuestión de cuánto dinero han apostado otros clubes o es preferible establecer ciertos límites para que el fútbol no se contamine todavía más de esa lógica predadora y contraria a lo que muchos pensamos que es el núcleo valorativo del deporte. Por que si no es así, nos podremos encontrar en un futuro no muy lejano con presidentes de clubes de fútbol cuya preocupación principal sea, en lugar de mejorar el rendimiento deportivo de su propio equipo, recaudar dinero suficiente durante la temporada para que cuando esta llegara a su etapa final poder disfrutar de recursos económicos suficientes para comprar partidos o incentivar a otros equipos. O como señala Rodríguez Ten con equipos que bajan su rendimiento para lograr ser “incentivados” en el futuro. Para evitar tal desenlace las autoridades deportivas deberán buscar fórmulas para que en estas jornadas cruciales si no todos los equipos una parte importante de ellos tengan alicientes intrínsecamente deportivos por ganar. La ampliación de los equipos que obtienen una plaza para un competición europea es un buen ejemplo.


En caso contrario, si el fútbol se deja atrapar todavía más por la lógica del mercado el desenlace será que caiga por esa pendiente resbaladiza en la que se corrompe la lógica moral interna del deporte, y entonces pasará a engrosar la lista de “instituciones suicidas”.

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